Nuestra actitud y forma de actuar tiene un peso decisivo a la hora de analizar el mundo a nuestro alrededor.
La presencia del discípulo en el mundo es más eficaz cuando su testimonio se produce en forma natural y espontánea.
No podemos convertirnos en personas justas salvo como resultado de la intervención divina.
El manso está confiado en que Dios defiende a los suyos y que no requiere de su ayuda para hacerlo.
Un líder maduro no tiene temor a ser «opacado» por el ministerio de otro, sino que trabaja para que los demás avancen y alcancen su máximo potencial.
Los líderes debemos orar por asuntos que solo pueden venir por medio de la oración y trabajar por aquellos que solo pueden venir como resultado de nuestro compromiso.