Como la necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo, la misericordia es fruto del hambre y sed de justicia.
Son hijos de Dios aquellos que se interesan y están involucrados en proyectos del Padre.
No podemos convertirnos en personas justas salvo como resultado de la intervención divina.
El Padre nos ha llamado a luz para que revelemos la identidad de la fuente de la luz que brilla en nosotros.
No debemos sorprendernos de la oposición, más bien verla como una confirmación.
La santidad, que es el resultado de una actitud de sinceridad y pureza, se impone sobre el lugar donde yace la maldad en nosotros.