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Iglesia

Communitas

17 junio, 20131638 visitas

 

¡Cuántas veces nos lamentamos por el tedio que vemos en las reuniones de la iglesia, por la falta de compromiso que padece la congregación! Sin importar con cuánto tesón procuremos motivar y movilizar a la gente, pareciera que siempre son las mismas personas las que se ofrecen como voluntarias. ¡Tiene que haber otra forma de llevar adelante la misión de Cristo!

 

Algo nos falta

 

Alan Hirsch y Michael Frost, autores de varios libros sobre misiones, señalan que lo que nos falta es «communitas». Un diccionario en línea define communitas como «el sentido de comunión e intimidad que se desarrolla entre personas que experimentan, como grupo, “liminalidad”». Wikipedia define la liminalidad  como «el estado de apertura y ambigüedad que caracteriza a la fase intermedia de un tiempo-espacio tripartito». En términos de la comunidad, la liminalidad es aquel espacio en que un grupo refuerza de manera notable su compromiso, porque se encuentra fuera de su entorno natural y sus miembros participan en una experiencia distinta a las que están acostumbrados. Los que experimentan semejante vivencia poseen la capacidad de renovar y aun revolucionar una cultura.

 

Siempre me he preguntado por qué no encontramos en la iglesia un mejor ejemplo de comunidad, un mayor compromiso con trabajar como equipo. Este compromiso ni siquiera existe entre los pares de una misma denominación. Jamás nos imaginaríamos a la iglesia de los primeros tiempos trabajando en la extensión del Reino con semejante grado de desconexión entre sus miembros. No obstante, en la iglesia, la mayoría de las relaciones son en extremo superficiales, y los esfuerzos grupales para llevar adelante un proyecto escasean.

 

Durante mi paso por la universidad los rituales para crear communitas entre mis compañeros eran muy intencionales. Existían ritos de iniciación, los cuales apuntaban a crear una hermandad por medio de la liminalidad.

 

Evidentemente los métodos y las metas de Cristo son muy diferentes a las de una confraternidad universitaria. No obstante, podemos sacar lecciones de lo que viví en la universidad. La hermandad de los que acceden a la fraternidad es «de por vida». Son hermanos porque han pasado juntos por una experiencia en la que los resultados eran menos que seguros.

 

Tengo la convicción de que Jesús entendía este concepto cuando envió, de dos en dos, a los setenta para que llevaran a cabo su primera práctica ministerial (Lc 10). Los recursos con los que los equipó eran pocos, las instrucciones eran mínimas, y los obligó a depender los unos de los otros. ¡El éxito que alcanzaron fue formidable!

 

Han existido momentos en los que he experimentado mayor sentido de communitas en comparación con las insignificantes experiencias de «comunidad» que normalmente vivimos en el contexto de la iglesia. Los viajes misioneros de corto plazo producen esta clase de vivencia, porque nos ubican en un contexto por completo diferente al nuestro. Nuestros recursos son limitados y no tenemos garantizados los resultados de nuestro servicio. Las personas se sienten más unidas, con más pasión y entusiasmo luego de haber compartido semejante experiencia. Muchos de los que han participado de un viaje parecido afirman que este ha sido el punto más alto en su vida espiritual. Atesoran las relaciones que forjaron en ese medio.

 

Quisiera sugerir algunas de las maneras en que conseguiríamos forjar communitas en nuestras congregaciones.

 

·       Una posibilidad es organizar, con un grupo de solteros o un grupo intergeneracional, un retiro en un lugar alejado de las comodidades habituales que gozamos cada día. Las diferentes características de los excursionistas los obligará a depender firmemente el uno del otro. Cuanto más liminal llegue a ser la experiencia más sobresalientes serán los resultados.

 

·       Otra opción es organizar un ayuno grupal que dure al menos una semana. Incluya en la experiencia reuniones diarias para compartir y evaluar las sensaciones que el grupo vive. Evalúe los obstáculos que cada uno consigue superar y las metas que se proponen alcanzar. Si reunirse no les resulta práctico, pruebe lograr el mismo efecto por medio de una reunión virtual.

 

·       Una idea atractiva es crear un grupo cerrado en Facebook, en el que solamente participen sus colaboradores y líderes. En ese espacio dialoguen acerca de las disciplinas espirituales, y plantee el desafío de practicar cada semana una disciplina distinta. Fomente el diálogo y el intercambio de experiencias entre los miembros del grupo.

 

·       Desarrolle un grupo de acción espontánea. Identifique una necesidad puntual en su comunidad y establezca un día para trabajar en suplirla. No le anticipe al grupo cuál será la actividad ni a quiénes apoyarán. Viajen juntos al lugar del proyecto y déjelos libres, para que lleven a cabo lo que mejor les parezca. Luego, reúna al grupo para charlar sobre su vivencia como equipo.

 

·       Otra opción es organizar un grupo que ofrezca, durante un año, sus servicios a alguna organización o ministerio que trabaje con grupos marginados (prostitutas, drogadictos, indigentes, ancianos, enfermos, etc.).

 

Articular un propósito y una visión, para luego entregarse de corazón al proyecto, es el desafío que plantean estas experiencias. Producirá dramáticas transformaciones en la vida de su gente. La actividad debe perseguir un objetivo muy claro y debe concentrarse en un contexto por completo ajeno a las actividades normales de la iglesia.

 

El concepto de liminalidad es decisivo. Muchas veces en la iglesia nos enfocamos en propiciar el ambiente para que la gente se sienta cómoda. El camino hacia la intimidad y el compromiso, sin embargo, nos lleva en la dirección contraria y nos llama a experimentar un nivel de negación y sacrificio que no probaríamos en el contexto normal de nuestras actividades.

 

La iglesia nunca ha crecido porque se haya aferrado tímidamente a sus posesiones, sino porque se ha animado con osadía a alejarse del lugar seguro para explorar vastas regiones aún desconocidas. Recorrer juntos cada territorio inexplorado, en dependencia uno del otro y de Dios para alcanzar el éxito, es lo que nos ubica más cerca de la desconcertante pero apasionante experiencia de los primeros discípulos del Señor.

 

Preguntas para estudiar el texto en grupo

1.     Desde la perspectiva del autor, ¿cómo define el concepto communitas en la comunidad de la iglesia local?

2.     ¿Qué hace falta para crear comunidades que realmente vivan en liminalidad?

3.     A partir de las sugerencias del autor, ¿qué proyectos podría crear su iglesia para cultivar el sentido de communitas en la congregación?

4.     ¿Qué es lo que en realidad ayudará a su iglesia a alcanzar un crecimiento genuino?

Se tomó de la revista Rev, agosto 2009. Se usa con permiso. Todos los derechos reservados.

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