Andar en el Espíritu
Quisiera compartir con usted, algunas observaciones. En primer lugar, Cristo no dejaba nunca de lado su función de formador. Llegaron los discípulos y lo encontraron hablando con la mujer. El asombro de ellos le dio pie para hablar de la necesidad de estar atento a las oportunidades que Dios producía.
Quiero subrayar esta observación: Cristo estaba atento a la obra que el Padre le daba para hacer. No estaba buscando crear oportunidades para testificar. Esta es la diferencia entre andar en el Espíritu, o andar en las fuerzas de uno mismo. No tengo dudas de que el encuentro en el pozo de agua con la Samaritana fue programada y dirigida por el Espíritu de Dios, pues el llamado de los que le sirven es a «realizar las obras que él ha preparado de antemano para que andemos en ellas» (Ef 2.10). Ponga la mira en todas las personas que conoce y clame a Dios por el impacto que esta persona puede tener sobre ellos.
Si usted está en una posición de responsabilidad en el ministerio, ha sido llamado también a formar a otros. Esto no se realiza con cursos. La mejor manera de lograrlo es invitar a los que está formando a que lo acompañen y observen mientras ministra. Invítelos a reflexionar y dialogar sobre lo observado. Aproveche las circunstancias para invertir en ellos y su formación como siervos de Dios.
En segundo lugar, quisiera que note el desenlace de este encuentro. La mujer volvió a la ciudad. No había tomado «una decisión» por Cristo, como hubiéramos creído necesario nosotros. Pero Dios había tocado su vida y compartió todo lo vivido con la gente de la aldea. Al rato regresaron los samaritanos «y le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días». ¡Qué tremendo! Jesús no solamente ha logrado neutralizar la desconfianza y el odio entre judíos y samaritanos, sino que ha conseguido abrir una puerta para ministrar a toda una aldea.
Este es el objetivo final de nuestro inversión en otros. Deseamos no solamente tocar la vida de un individuo, sino de toda una red de relaciones familiares y de amistad. No se detenga con la persona. Ponga la mira en todas las personas que conoce y clame a Dios por el impacto que esta persona puede tener sobre ellos. La Mujer Samaritana, que seguramente no gozaba de muy buena reputación en la aldea, fue el instrumento de Dios pues por ella «muchos más creyeron por la palabra de él» (v. 41).
Por último, escuche el testimonio de ellos: «Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo» (v. 42) ¿Se da cuenta de por qué es importante que no seamos nosotros quienes convenzamos a la gente? No deseamos que crean por nuestras convicciones, sino que ellos mismos lleguen a experimentar, en carne propia, que Cristo es el Salvador del mundo. Una vez que lo hagan, no podrán callar. ¡Habremos participado en el enrolamiento de otro discípulo en las filas del Señor!
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