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Discipulado

Condición fundamental

29 agosto, 2013Desarrollo Cristiano1959 visitas
Miqueas 6:1-18

Hemos estado examinando las enseñanzas de Cristo sobre el tema de la oración. Miramos, en forma muy breve, la oración conocida como el Padre nuestro. Ni bien terminó está oración Jesús añadió una aclaración: «por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.» Estas palabras contienen una solemne advertencia para todos los que deseamos caminar en la luz.

En otro momento de su ministerio Cristo contaría la historia de dos hombres con deudas. A uno de ellos se le perdonaría la suma total de su deuda, una cifra millonaria que no podría haber pagado ni siquiera con diez vidas de trabajo. Mas este hombre, saliendo de la presencia del que lo había perdonado, se encontró con un consiervo y no quiso perdonarle una deuda insignificante.

En la historia el rey, que es figura de Dios, llamó enfurecido al primer hombre y, con una dura reprensión, lo envió a la cárcel. Para los que no habían entendido la moraleja de la historia Jesús declaró: «Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mt 18.35). Cuando hemos sido heridos o defraudados, se torna urgente llevar nuestro dolor a nuestro Padre, para que él restaure la paz y el gozo. Es a este mismo principio que Jesús alude en la enseñanza que estamos examinando hoy. Para los que son parte del reino y han gustado de la incomparable misericordia de Dios, tan generosa que no pueda ser explicada ni entendida, es inadmisible que no extiendan aunque sea una pequeña muestra de esa compasión a los que les ofenden. Las ofensas de otros hacia nuestra persona son tan insignificantes como fue la cifra del segundo deudor en comparación con el primero. En ningún lugar de las Escrituras se enseña que el perdón al prójimo es una condición para recibir el perdón de Dios. Mas vivir extendiendo el perdón sí es una condición absolutamente fundamental para que el hijo de Dios siga experimentando a diario el perdón. Nada seca tan rápido el fluir de la gracia como un corazón lleno de amargura por las cosas que otros nos han hecho.

Es por esta razón que debemos apresurarnos a llevar toda ofensa al Señor, antes de que su veneno comience a actuar en nosotros. Cuando hemos sido heridos, defraudados o agredidos, se torna urgente llevar nuestro dolor a nuestro Pastor, para que él restaure la paz y el gozo de ser partes de su familia. La demora en hacerlo alimenta un torbellino de ideas que se vuelcan en indignados comentarios que enredan a otros en nuestra amargura. No en vano el apóstol Pablo exhortaba «no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo» (Ef 4.26 y 27). Bien sabía que los asuntos no tratados por el Espíritu de Dios rápidamente se convierten en alimento para el enemigo de nuestras almas.

«Señor, no nos dejes en paz cuando no hemos perdonado a otros. No permitas que nuestro corazón se endurezca. Envía a nuestras vidas una tristeza santa que nos conduzca a tu presencia, para que traigas a luz los asuntos pendientes en nuestro corazón. ¡Enséñanos a ser generosos en el perdón! Amén.»

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Salmo 1:3 RVC