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Biblia

Corazones endurecidos

27 febrero, 2014Desarrollo Cristiano415 visitas
Colosenses 3:7-9

El autor de Hebreos nos ha exhortado a prestar mucha atención a lo que Dios nos ha hablado por medio de Cristo. También nos ha animado a examinar con cuidado a la persona de Jesús, para imitar su fidelidad. Estas dos recomendaciones ayudarán a evitar que nos desviemos de la verdad.

A medida que avanza la carta el autor se acerca cada vez más a la raíz del problema que debemos combatir. En el texto de hoy nos exhorta a que no «endurezcamos los corazones», un proceso que está enteramente en nuestras manos. No podemos reprocharle a otros nuestra tozudez espiritual, porque es el fruto de una decisión en lo más íntimo del ser. La frase «endurecer el corazón» podría traducirse «volverse terco, asumir una postura de obstinación, empecinarse en una actitud de intransigencia».

Debemos prestar especial atención al condicional que precede a la exhortación: «Si ustedes oyen hoy su voz…». Es decir, el endurecimiento (como quisiéramos a veces argumentar) no se produce porque Dios no nos haya hablado, sino precisamente porque lo ha hecho. El problema es que en ocasiones no nos gusta lo que nos dice, porque su Palabra siempre implica un llamado a alinearse con su verdad. Y si llega este llamado es porque existe un estado que debemos modificar. El endurecimiento de corazón es más que rehusarse a hacer lo que Dios nos está pidiendo.
El endurecimiento, no obstante, es más que rehusarse a hacer lo que Dios nos está pidiendo. Es invertir nuestra posición y dictarle nosotros al Señor lo que él tiene que hacer. Es una actitud de absoluta irreverencia, que encierra una batalla titánica para ver quien pronunciará la última palabra en nuestras vidas.

Esto es lo que implica la palabra «tentar», con la que el autor asocia el proceso de endurecimiento. El sentido del término es muy fuerte: «someter a otro a prueba para conocer su verdadera naturaleza o carácter; prueba que tiene el propósito de hacer que la persona tropiece» (Diccionario de Idiomas Bíblicos).

En Salmos 81 Dios revela, sin rodeos, que «en las aguas de Meriba te probé» (7 – NBLH). El Señor, que no actúa con malicia, proveyó a los israelitas de la oportunidad única para demostrar su confianza en Dios. En un insólito revés, sin embargo, los israelitas se dieron vuelta y ordenaron a Dios que él demostrara que era confiable. ¡En esto radica el pecado de provocar a Dios!

El endurecimiento del corazón siempre encubre un cuestionamiento hacia la persona de Dios. Puede llegar acompañado de muchos argumentos muy convincentes, de justificaciones inobjetables, pero al final de cuentas, sigue siendo un pecado de proporciones grotescas.

La costumbre de decidir nosotros por dónde vamos a caminar nos lleva a volvernos insensibles al endurecimiento que se produce con cada decisión que contradice la Palabra de Dios. Nuestra salvación está en que el Espíritu nos conceda la sensibilidad necesaria para percibir este proceso, para que podamos intervenir oportunamente y evitar una decisión que inevitablemente nos alejará del Señor.  

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