Demandas

«Cuando volvió Jesús, lo recibió la multitud con gozo, pues todos lo esperaban. Entonces llegó un hombre llamado Jairo, que era un alto dignatario de la sinagoga; postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrara en su casa, porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud lo oprimía.»
Nuestra aventura con Cristo no nos da tregua, pues ni bien ha cesado el encuentro con el endemoniado de Gadara lo encontramos envuelto en otro de similar dramatismo. Claro, nuestro rol es apenas el de observadores distantes; no obstante, no podemos evitar percibir la enorme presión de las multitudes. Cuando otros perciban que nosotros tenemos una respuesta concreta a sus necesidades, vendrán solos. La verdad es que el ser humano no ha sido creado para soportar este tipo de presiones. No tenemos más que echar un vistazo a algunas de las figuras más populares de nuestra época: cantantes, actores, políticos o deportistas, para darnos cuenta del tremendo desgaste físico, emocional y mental que trae el constante acoso de las multitudes.
Muchos de ellos acaban llevando vidas verdaderamente alteradas; y esto sin hablar de los efectos espirituales de recibir una adulación que ha sido reservada para Aquel que nos ha creado. Por todo esto, la fatiga de Jesús debe haber sido intensa. Él tampoco contaba con los privilegios propios de nuestra época. Cuando la vida se torna insoportable podemos huir a nuestras casas, visitar a amigos o tomarnos unos días para descansar. Ninguna de estas posibilidades estaban a disposición del Hijo de Dios.
La multitud buscaba a Jesús porque tenía necesidades. Detrás de la enorme masa de personas que lo apretujaban había individuos, con nombre y apellido, cada uno de ellos con su historia personal de desilusiones, sufrimientos y angustias. En este sentido eran fieles representantes del mundo en que vivimos. Acudían a Jesús, sin embargo, porque él tenía algo para darles, una respuesta para sus dilemas. Y este es también nuestro llamado: vivir inmersos en la marea de dolor y tristeza que representa la existencia de la humanidad, procurando señalar a las personas el camino abierto por Jesús al Padre. Cuando otros perciban que nosotros tenemos una respuesta concreta a sus necesidades, vendrán solos. Muchas veces la gente no responde a nuestra invitación, porque no le estamos ofreciendo soluciones, sino una religión.
De entre esta multitud se presentó un hombre, Jairo, llevado a la desesperación porque tenía una sola hija que yacía al borde de la muerte. La misma impotencia de no poderla salvar lo llevó a una postura que quizás, en otro momento de su vida, hubiera censurado. El hombre era un dignatario del templo, pero en este momento se postró a los pies de Jesús implorando su intervención. Así de radicales nos tornamos cuando nuestra necesidad nos abruma. No obstante, es bueno que podamos avanzar hacia una experiencia espiritual donde nuestra pasión no es producto de la desesperación, sino de una convicción profunda de que este camino es el único que vale la pena transitar.
Producido y editado por Desarrollo Cristiano Internacional para DesarrolloCristiano.com. Copyright ©2003-2010 por Desarrollo Cristiano, todos los derechos reservados.