Dos posiciones
En la respuesta que el Señor dio a los fariseos se concentró primeramente en lo ilógico del argumento que presentaron. Apeló, además, a la abrumadora evidencia del obrar de Dios del cual habían sido testigos. En todos lados las personas habían sido tocadas por el accionar del Espíritu de Dios, experimentando sanidad, liberación y vida nueva. Las discusiones filosóficas acerca del verdadero origen de esta obra no iban a borrar las evidencias de la presencia de Dios entre ellos.
Al igual que en otras ocasiones, Jesús ahora se concentra en las motivaciones de aquellos que elevan acusaciones contra su persona. Declara, en forma contundente: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mt 12.30).
Es difícil para nosotros entender esto porque estamos acostumbrados a pensar que el daño es el resultado de una acción deliberada hacia otra persona o cosa. Nuestra manera de ver la vida no admite la posibilidad de que la inactividad pueda ser perjudicial para nadie. Es más, en nuestros tiempos ha surgido una nueva religión, que es la de la tolerancia hacia todo y todos. La tolerancia nos dice que podemos, precisamente, convivir asumiendo una postura que no aporta ni resta nada. Cristo desenmascara la aparente «inocencia» de esta posición cuando pone de manifiesto que no existe esta opción.
En segundo lugar, es interesante observar que nuestra postura se mide en relación a la persona de Cristo. El Señor alude tres veces en el versículo a su propia persona, dejando en claro que el protagonista principal de todo lo que acontece en el reino es él. Todo lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer se mide en relación a lo que él está haciendo. De este modo, queda claro que cada una de nuestras acciones repercuten directamente en la persona de Jesús. Cuando despreciamos a un hermano, estamos despreciando a Cristo. Cuando damos un vaso de agua al sediento, estamos sirviendo a Cristo. Él es el principio y el fin de todo lo que existe en el mundo espiritual y no podemos separar nuestras acciones de los efectos que tienen sobre su persona.
Jesús prosigue con su declaración introduciendo la analogía del árbol y su fruto. Lea el texto y medite sobre el significado de esta ilustración. Es sumamente sencilla y, a la vez, profunda.
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