El Señor está contigo
El gran proyecto de Dios se ha puesto en marcha y los diferentes participantes comienzan a ocupar sus lugares. Una vez más el ángel Gabriel es enviado por el Señor, esta vez «a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María» (v. 27).
María no había solicitado esa visita, ni encontramos indicios de que pasara días orando para que Dios la usara en algún proyecto eterno. Ella no hacía más que vivir una vida de fidelidad en el lugar que le tocaba. En este momento particular se encontraba ocupada en los preparativos para su boda con José. Observamos, también, que el saludo de Gabriel —¡Salve, muy favorecida!— la perturbó, lo que confirma cuán pobres son nuestras condiciones para recibir con un espíritu apacible una visita de lo alto. Es tan marcado el contraste con lo que vivimos en el día a día que nuestra reacción inicial se tiñe de pavor.
Es interesante notar que la frase que utiliza el ángel —«Dios está contigo»— se pronuncia prácticamente en todas las situaciones donde se produce una revelación de lo alto. Muchas de estas manifestaciones perturban a quienes las reciben, pues suelen comunicar un mensaje que implica un dramático cambio en la vida de quien la recibe. A Abraham se le ordena dejar la casa de sus padres, a Moisés, volver a Egipto a Josué, asumir la dirección de la conquista de Canaán, a Gedeón, expulsar a los Madianitas, a Ananías, visitar a Saulo, a Pedro, exponerle el evangelio a Cornelio, un gentil. Las instrucciones del Señor, sin embargo, nunca suenan «buenas» a quienes las escuchan. Más bien, infunden temor, y en cada una de esas situaciones el Señor responde: «No temas, yo estaré contigo».
La verdad es que la mayoría de nosotros preferiríamos algo más tangible que la promesa del Señor de que él nos acompañará. Esta es, sin embargo, la única palabra que necesitamos, y Dios lo sabe. El transitar confiado por los caminos que el Señor nos indica no depende de lo lógico que resulte escogerlos, sino de la certeza de que quien los traza los conoce bien. Son tantas las instrucciones controvertidas que recibiremos de parte del Señor que nos será imposible acatar sus pedidos a menos que seamos poseedores de una convicción inamovible de que «él sabe lo que es bueno para nosotros». Los grandes héroes de la fe son aquellos que, enfrentados a durísimas circunstancias, no dejaron de confiar en la bondad del Dios que los dirigía. Por este camino deberá caminar María, como también cada uno de nosotros.
«Haz crecer en nosotros esa confianza, Señor, de manera que cuando tú nos hables no fijemos la vista en el contenido del mensaje, sino en tu corazón».
PARA PENSAR:
Lea el mensaje que Gabriel entrega a María. ¿Por qué la ha escogido Dios? ¿qué características tendrá el hijo que le nacerá?
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