En estos tiempos
La llegada del Hijo de Dios representa la sublime culminación del compromiso del Señor de comunicarse con sus criaturas. A lo largo de los siglos habló por medio de muchos distinguidos mensajeros, hombres como Moisés, Samuel, Natán, Elías, Isaías, Amós, Jeremías, Daniel y Ezequiel. Rindieron su humanidad a la vocación que habían recibido, lo que muchas veces los comprometió en intrincadas luchas con el pueblo de Dios y, en ocasiones, consigo mismos. No fueron pocas las ocasiones en las que se les llamó a encarnar, de manera particular, el mensaje que debían comunicar al pueblo. Este llamado les exigía que escogieran, una y otra vez, morir a sus propias perspectivas y a sus convicciones personales de cómo llevar adelante el ministerio.
Jesús encarna lo mejor de la tradición de los grandes profetas del Antiguo Testamento.
El pináculo del amor de Dios se manifiesta por medio de la encarnación de su propio Hijo. ¡Cuánto nos debe de amar este Padre, que nunca ha estado dispuesto a desistir de su cometido, aun después de experimentar siglos de rechazos, cuestionamientos, ingratitud y reproches!
Jesús resumió esta historia de desencantos y frustraciones con la parábola de los labradores malvados. Frente al maltrato sucesivo a su mensajeros, el dueño de la viña, al final, optó por una decisión radical: «Enviaré a mi hijo amado; quizás a él lo respetarán» (Lucas 20.13 – nvi).
Sabemos de qué manera terminó esa historia. Cometeríamos, sin embargo, un trágico error si pensáramos que la parábola se refiere exclusivamente a Israel. La maldad de nuestros corazones nos hace uno con ese pueblo obstinado. También en nosotros existe la rebelde inclinación a no escuchar a Dios. De hecho, es precisamente esta postura la que impulsa al autor de Hebreos a compartir con nosotros un mensaje con cierto grado de urgencia: «¡no seamos como nuestros antepasados! Prestemos atención a lo que el Señor nos está diciendo».
La muerte de Jesús en la cruz no neutralizó uno de los propósitos centrales de su encarnación: anunciar un mensaje de Buenas Nuevas a los hombres. Poco tiempo antes de morir fue capaz de declararle al Padre: «Yo les he dado las palabras que Me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de Ti, y creyeron que Tú Me enviaste» (Juan 17.8 – nblh).
La frase resume el objetivo final por el que Dios desempeñó tan intenso esfuerzo por comunicarse con nosotros. Su deseo no es solamente que escuchemos lo que tiene que decirnos, sino que entendamos el significado de esas palabras y acabemos creyendo en ellas.
No hemos entendido cuán fundamentales son las creencias almacenadas en nuestro corazón para el rumbo que le damos a nuestra vida. Nuestras convicciones acerca de quiénes somos, quién es Dios y cuál es la vida a la que él nos ha llamado moldean la manera en que encaramos cada momento de nuestra existencia. Por esto, resulta tan vital escuchar lo que Dios quiere hablarnos. Recibir su Palabra es, literalmente, asunto de vida o muerte.
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