Enfoque correcto
Cristo declaró, sin rodeos, que el lugar donde estaba nuestro tesoro sería también el lugar donde se encontraría nuestro corazón. Es en este punto, donde nos sentimos tentados a creer que nosotros podemos llegar a ser la excepción a la regla. En momentos así, no obstante, debemos aceptar que su condición de Hijo de Dios lo capacita para declarar las cosas tal cual son. Necesitamos sujetar nuestros propios conceptos a lo que él dice.
Jesús se valió de una figura del mundo físico, el ojo, a modo de ilustración «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?»
El cuerpo no puede discernir el camino a seguir sino por medio de los ojos.
Si trasladamos la analogía al mundo espiritual la lección es clara. Según en lo que hayamos enfocado nuestros «ojos» será el rumbo que tenga nuestra vida. Jesús estaba, también, empleando un juego de palabras, porque entre los judíos poseer un «ojo maligno» era sinónimo de un espíritu avaro y egoísta. El hecho es que los ojos cumplen una función fundamental al suplir la información necesaria para que decidamos hacia dónde debemos andar y de qué modo lo debemos hacer. Cuando los ojos no funcionan, o están concentrados en lo que no sirve, nuestro capacidad de andar se verá grandemente reducido. De la misma manera cuando nuestros ojos espirituales están puestos sobre los valores y tesoros de este mundo, toda nuestra vida está orientada hacia eso. Las tinieblas en nuestro espíritu serán intensas.
El apóstol Pablo amplía para nosotros, en 1 Timoteo 6, cuáles son los efectos de tener los ojos puestos en las riquezas. Los que andan tras las riquezas «caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición por el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores». (9-10).
El resumen de la enseñanza de Jesús sobre este tema, al final del pasaje, es que «busquemos primero el reino de Dios y su justicia». Es decir, nuestro ojo puede estar puesto solamente en todo aquello que pertenece a los designios y propósitos del Señor. Cuando tenemos la vista en esto, nuestra vida podrá dedicarse enteramente a acumular tesoros en los lugares celestiales.
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