Evangelista

Existen dos claras evidencias de que un ministerio ha tocado la vida de los que han entrado en contacto con él. La primera es la que tuvieron los cuidadores de los cerdos, quienes rogaron a Jesús que se fuera de la zona. El reino de los cielos se había manifestado en forma dramática entre ellos y no les gustó lo que vieron. Le dieron la espalda a la confrontación que habían experimentado.
La segunda reacción nos la provee el hombre que había sido liberado. «Al entrar [Jesús] en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que lo dejara quedarse con él.» El hombre había encontrado en el Hijo de Dios el amor, la compasión y la sanidad que tanta falta le hacía. Los pobladores de la zona no le habían ofrecido otra cosa que sus intentos de dominarlo.
Naturalmente deseaba unirse al grupo de personas que acompañaban al Maestro de Galilea, pues con ellos podía construir una nueva vida. Las personas nunca se mantienen indiferentes cuando son confrontadas con la luz de Dios. Es importante que tomemos nota de estas dos reacciones. Observe que el ministerio de Jesús no fue acompañado por la indiferencia. Nadie le dijo: «Bueno, cada uno tiene derecho a creer lo que quiere.» Por donde quiera que fuera estuvo acompañado por la oposición y la conversión, reacciones que confirmaban que su prédica y ministerio estaban «dando en el blanco». Las personas nunca se mantienen indiferentes cuando son confrontadas con la luz de Dios. Jesús no accedió al pedido del hombre, «sino que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti.”»
Podemos ver en esto una decisión sumamente sabia, pues el hombre se encontraba ahora en óptimas condiciones de compartir con otros lo que había recibido de parte de Dios. De este modo, desde el primer momento de su experiencia con Cristo, entendió que el Señor lo bendecía para bendecir a otros. No llevaba más de unas horas en el reino. No había tomado ningún curso acerca de «como compartir su fe con otros». Conocía muy poco de la vida espiritual y menos aun de la doctrina de la iglesia. Mas poseía algo fundamental para poder hablar con otros: la historia de lo que Dios había hecho en su vida. ¡En este «tema» era un verdadero experto!
¡Cuántas dificultades se ahorran siguiendo este camino! El método permite aprovechar al máximo todos los contactos naturales que la persona tiene, antes de que el evangelio los haya aislado del creyente. También aprovecha bien la inercia producida por la dramática experiencia de conversión. No hace falta entrar en complejos argumentos acerca de la existencia de Dios, ni del porqué de tantos males en la tierra. La persona tiene un testimonio personal, fresco y real para compartir con los demás. Sin duda es de los mejores evangelistas.
El hombre transformado atendió las instrucciones de Jesús. Volvió a su tierra y comenzó a compartir lo que había vivido.
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