Fe y paciencia
Algunos, por la falta de respuestas a las iniciativas de Dios, corren peligro de ser destruidos. El autor de Hebreos aclara, sin embargo, que no está pensando en los receptores de su epístola cuando menciona esto. Al contrario, ofrece un elocuente testimonio acerca «… de las obras y del amor que […] han mostrado sirviendo a los santos…».
Debemos recordar, sin embargo, que siempre existe el peligro de que el servicio pierda, por el camino, el espíritu que lo transforma en una ofrenda agradable a Dios. El ministerio puede convertirse en rutina. Seguimos haciendo las obras que algún día nacieron por amor, pero ahora se sustentan en la inercia misma del ministerio.
No debemos olvidar las duras palabras que Cristo pronuncia a un grupo de personas, en el día del juicio, que despliegan sus obras como evidencia del compromiso con que habían vivido. «¡Señor, Señor! Profetizamos en tu nombre, expulsamos demonios en tu nombre e hicimos muchos milagros en tu nombre». Jesús, sin embargo, responde con dureza: «Nunca los conocí. Aléjense de mí, ustedes, que violan las leyes de Dios» (Mateo 7:22-23 – NTV). La vara con que se mide la fidelidad siempre pasa por la intensidad de la relación con el Señor, y estos fallaron en cuidar ese aspecto esencial de la vida espiritual. Siempre corremos peligro de que las obras desplacen las relaciones.
El mal que desea evitar el autor de la epístola es la pereza. Se trata del mismo término que encontramos en el 5:11. Allí se refería a la lentitud que tenían para entender las verdades más profundas de la Palabra. Aquí, la intención es que los Hebreos no pierdan la vitalidad, la pasión por vivir, en toda su intensidad, la aventura de ser discípulos de Cristo. La rutina que tan fácilmente adormece nuestro espíritu puede producir en nosotros un estado de indolencia y lentitud que tornan pesada la comunión con el Señor.
Para evitar este estado se les exhorta a los Hebreos a perseverar hasta el fin con la misma pasión y entusiasmo que caracteriza los primeros pasos de todo discípulo. El premio, como bien señala el apóstol Pablo, no es para los que fueron espectadores de la carrera, ni para los que se anotaron para la carrera, ni tampoco para los que corrieron los primeros cien metros. Está reservado para aquellos que lograron cruzar la línea de llegada, ¡aún cuando lo hicieran gateando!
Los ingredientes que han permitido a otros triunfar, nos dice el autor, son la fe y la paciencia. La primera mantiene viva la esperanza de ver, algún día, lo que aún no existe en el presente. La segunda es la convicción de que, en el Reino, todas las conquistas requieren de un tiempo extendido de esfuerzo. Para mantenernos firmes hasta el fin, entonces, la fe y la paciencia deberán ser nuestros compañeros de viaje.
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