Ignorar la salvación
La autoridad y la importancia del mensajero, que es Cristo, le dan un peso inusual al mensaje que nos dejó. Darle la espalda a este mensaje o tratarlo con liviandad no es un desacierto menor.
El autor de Hebreos ya nos ha señalado, en el primer capítulo, las impecables credenciales de Jesús. Él es un emisario más en una larga cadena de mensajeros. No obstante, sus características lo tornan enteramente diferente a todos los profetas que lo antecedieron. Muchos de los que lo vieron testificaron de que jamás había existido un profeta de semejante talla en Israel.
Al testimonio de los que lo conocieron el Padre también suma su más pleno respaldo. Lo confirma por medio de señales, milagros y prodigios, los cuales claramente revelan que la mano del Altísimo actuaba sobre la vida del Mesías. De hecho, este es precisamente el argumento que Jesús mismo emplea frente a los fariseos, que se indignaron porque había osado perdonar los pecados de un paralítico. «“Les demostraré que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados”. Entonces Jesús miró al paralítico y dijo: “¡Ponte de pie, toma tu camilla y vete a tu casa!”» (Marcos 2.10–11 – NTV).
Los apóstoles entendieron que este testimonio era vital al ministerio de la proclamación de la Palabra. Por eso pidieron que Dios les concediera hablar su palabra «“[…] con toda confianza, mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones, señales (milagros) y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo (Hijo) Jesús”» (Hechos 4.29–30 – NLBH.
Por el peso inusual del mensajero el autor de Hebreos nos exhorta a «prestar mucha atención» (NTV) a las verdades recibidas. ¿En qué consiste el llamado a este cuidado?
Resulta evidente que se refiere a un esfuerzo más allá de la concentración que mostraríamos al escuchar un sermón. De hecho, comenzamos a percibir cuál es la preocupación del autor cuando nos advierte que no podemos «descuidar» semejante salvación. Un jardín descuidado llega a ese estado porque se ha dejado de cultivar. El pasto alto y las plantas que crecen de manera salvaje le dan un aspecto de abandono. Un vehículo descuidado expone un aspecto general de deterioro. Su pintura se descascara, el polvo cubre el interior y varios golpes en la carrocería revelan el poco valor que le da el dueño.
Del mismo modo, es posible que descuidemos el regalo de la vida nueva que hemos recibido del cielo. En lugar de emplear esa gracia para emprender una verdadera y profunda transformación, que afecta todas las esferas de nuestra existencia, la confinamos al ámbito de nuestra «vida religiosa». El entusiasmo y la pasión que acompañaron la conversión dan lugar a la rutina y al aburrimiento. La salvación comienza a «acumular polvo», al relegarla a un hecho histórico en lugar de convertirla en nuestro estilo de vida. Es posible que descuidemos el regalo de la vida nueva que hemos recibido del cielo.
Si esto ha ocurrido, el Señor nos llama a volver a nuestro primer amor. Nunca el abandono de la salvación llega a ser tan extremo como para que ya no exista la posibilidad de volver a recuperar la belleza de una relación fresca y apasionante con Cristo.
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