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Consejeria

Paz en Cristo

10 septiembre, 2012Desarrollo Cristiano1160 visitas
Sofonías 16:33

Los “profetas” de la actualidad ofrecen una vida de puras bendiciones, donde todo es victoria y alegría. Inclusive, uno de los grupos famosos que han surgido en los últimos años tiene como lema: “pare de sufrir!” Cristo no anduvo con vueltas, ni trató de esconder la realidad de sus discípulos. Su declaración es sencilla y directa: En el mundo tendréis aflicción!

No hacía falta que diera mayores explicaciones acerca del tema, pues los discípulos mismos eran testigos del sufrido paso de Jesús por la tierra. Se había visto obligado a luchar con el hambre, el cansancio y el frío. A diario debía manejar el acoso de las multitudes, con su interminable procesión de curiosos, interesados y necesitados. Además de esto, debió luchar con los cuestionamientos, las sospechas y las agresiones por parte de los grupos religiosos. Y, ¿qué podremos decir de las angustias particulares que el grupo de hombres cercano a él le produjeron en más de una ocasión? Todo esto formaba parte de la experiencia de transitar por este mundo.

La paz estaba en la persona de Cristo, y solamente tendrían acceso a ella quienes estaban cerca de él.

En esta ocasión Cristo acompaña esta revelación con algunos principios importantes. Gran parte del sufrimiento en tiempos de aflicción no procede de la experiencia en sí, sino de la manera que reaccionamos a ella. Nuestra reacción frecuentemente es negativa porque nos sorprende los que nos ha tocado vivir. La inocencia de nuestro pensar queda admirablemente expuesta cuando exclamamos: “¿por qué a mí?” Jesús les dijo que lo que les había compartido era para que tuvieran paz en él. Es decir, ninguno de ellos podía aducir que nadie les había advertido de lo que les esperaba como consecuencia de ser discípulo del Mesías. Se reducía, de esta manera, un importante obstáculo en el manejo de conflictos.

Acompañó esta observación con una declaración que, como hijos de Dios, tenían acceso a la paz. Esta es, de hecho, la característica más sobresaliente de aquellos que viven conforme al Espíritu, y no a la carne. No es que están libres de las dificultades, los contratiempos, y los sufrimientos, sino que en medio de las más feroces tormentas experimentan una quietud y un sosiego interior que no tiene explicación. Son inamovibles en sus posturas, porque lo que ocurre fuera de ellos no logra derribar la realidad interna.

Cristo les hizo notar, sin embargo, que esta paz la tenían en él. No era producto ni de la disciplina, ni del cumplimiento de una serie de requisitos religiosos, ni de una decisión que habían tomado en el pasado de seguir a Jesús. La paz estaba en la persona de Cristo, y solamente tendrían acceso a ella quienes estaban cerca de él. La Paz es, en últimas instancias, el resultado directo de su victoria, no la nuestra.

Para pensar:
Dios en su sabiduría no nos da la paz, sino acceso a la persona que tiene la paz. Esto nos obliga a buscarlo siempre a él, fuente eterna de vida y plenitud.

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