Primero, lo primero
Este versículo nos da, en forma resumida, una clara idea de cuál era el plan que Cristo tenía en mente cuando escogió a sus doce discípulos. El camino a seguir incluía tres claros objetivos: 1) Estar con él, 2) enviarlos a predicar, y 3) darles autoridad sobre los enfermos y los endemoniados.
Hay otros pasajes donde el orden en una secuencia de elementos podría ser modificada sin que se altere el producto final. Pero esta es una clara instancia de una secuencia en la que cada paso se construye sobre el anterior. El orden establecido para esta estrategia no puede ser modificado. Podríamos sanar enfermos y expulsar demonios, pero tendría escaso valor si no fuera acompañada de la Palabra, que tiene un peso eterno. A la misma vez, podríamos también agregarle la predicación de la Palabra a nuestro ministerio de sanidad, pero si no está sustentado por una relación de intimidad con el Hijo, nuestro esfuerzo se convertiría en obras vacías.
Es aquí donde, como pastores, necesitamos ejercer gran cautela. La vorágine del ministerio con frecuencia lleva a que estos factores se inviertan, de manera que nos encontramos atrapados en gran cantidad de actividades que tienen la apariencia de devoción, pero que nos han robado de lo más precioso, que es nuestra relación con el Señor.
Cuando me encuentro con pastores, siempre busco la oportunidad para preguntarles cómo andan en su vida espiritual. Tomamos por sentado que si están en el ministerio entonces, lógicamente, estarán disfrutando de intimidad con el gran Pastor. La realidad es otra. Muchas veces encuentro que han perdido su pasión por aquel a quien están sirviendo con tanta devoción.
El evangelio de Mateo nos presenta una escena escalofriante de algunos que pretenden justificar su falta de relación, señalando las muchas obras que han realizado: «Dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.» (7.22 y 23) Note usted que Jesús les llama «hacedores de maldad». ¡Es una frase muy fuerte! No deja lugar a dudas que toda obra divorciada de una relación con el Señor, aun cuando sea obra para él, es obra mala.
¿Ha perdido usted la disciplina de pasar tiempo con él, buscando su rostro y su companía? ¿Lo han vencido las constantes demandas para hacer cosas en la iglesia? ¿Se le ha enfriado un poco la relación con el Señor? ¿Por qué no aprovecha este día para volver a poner las cosas en su lugar? ¡Acérquese con confianza y renueve esa relación que tanto bien le hace! El Señor lo ha estado esperando.
Para pensar:
Alguien ha observado alguna vez que el estar ocupado en los negocios del Rey, no es excusa para olvidarse del Rey. Si usted está tan ocupado que no le queda tiempo para estar con su Pastor, está más ocupado de lo que él quiere.
Autor: Christopher Shaw. Producido y editado por Desarrollo Cristiano Internacional para DesarrolloCristiano.com. Copyright ©2003-2010 por Desarrollo Cristiano, todos los derechos reservados.