Profetas
Tal como hemos visto en las reflexiones anteriores, el Señor recorrió una diversidad de caminos y empleó una variedad de métodos para comunicarse con sus mensajeros. Estos, a su vez, también transitaron una multitud de caminos para anunciar ese mensaje al pueblo, que era la función que se les había asignado. No obstante, en el marco del Antiguo Testamento, pareciera que el método de comunicación mantiene una constante: Dios escoge un vocero a quien le transmite su mensaje y este, a su vez, se lo transmite al pueblo.
A este vocero se le llama profeta. Su tarea es sencilla: escuchar lo que Dios quiere hablar y, luego, comunicárselo con fidelidad al pueblo de Dios.
Podríamos proponer que la timidez de Moisés dio lugar a la creación del rol profético, pues su argumento de su torpeza para hablar llevó a Dios a incluir a Aarón en la misión encomendada. «Toma en cuenta —le dijo el Señor a Moisés— que te pongo por Dios ante el faraón. Tu hermano Aarón será tu profeta» (Éxodo 7.1 – nvi).
La función del profeta alcanza su mayor eficacia cuando el mensajero es fiel al mensaje recibido
La descripción de la función de Aarón ya se había definido, en términos sumamente claros: «Tú hablarás con él y le pondrás las palabras en la boca; yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por mí, como si le hablara yo mismo» (Éxodo 4.15–16) [Itálicas añadidas]
No hallamos en la Palabra una definición más concisa que esta del rol del profeta. La sencillez de su labor, sin embargo, no le resta peso, ni por un instante, a la enorme responsabilidad que significaba entregar con fidelidad la palabra de Dios al pueblo. No era un llamado para tomarse con liviandad. De hecho, Moisés perdió la oportunidad de entrar a la tierra prometida precisamente porque se tomó la atribución de representar al pueblo una acción que Dios no le había dado. Fue castigado «porque ustedes no me creyeron a fin de tratarme como santo ante los ojos de los israelitas» (Números 20.12).
El autor de Hebreos subraya la importancia de un nuevo tiempo, el día de la visitación del Hijo de Dios. En el Nuevo Testamento los medios para llegar a entender la voluntad de Dios cambiarán drásticamente. No es que desaparezca el rol del profeta, sino que se suman otros a la tarea de instruir al pueblo: el apóstol, el evangelista, el pastor y maestro. La consigna será la misma: representar fielmente el mensaje del Altísimo, pero este proceso con frecuencia se cumplirá en medio del contexto de un pueblo que desarrolla en comunidad su espiritualidad.
No obstante el cambio, sigue siendo un asunto de considerable peso el levantarse para hablar en el nombre de Dios. Conviene vestirse de un reverente temor a la hora de desempeñar tan noble tarea.
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