Un asunto serio
En el proceso de darle instrucciones a sus discípulos, Cristo les indica: «Pero en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos de quién en ella es digno y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludad. Y si la casa es digna, vuestra paz vendrá sobre ella; pero si no es digna, vuestra paz se volverá a vosotros. Si alguien no os recibe ni oye vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra que para aquella ciudad».
Cabe señalar que el idioma, de por sí, es un medio para ejercer control sobre nuestro entorno y las personas que la conforman. Por esta razón Dios dejó en manos de Adán la tarea de ponerle nombre a las especies que eran parte del mundo creado. Hasta el momento que comenzó la tarea de separar e identificar cada uno de los animales, no existía la posibilidad de ejercer dominio sobre ellos. No podemos movernos con autoridad en un lugar donde desconocemos la identidad de las cosas que nos rodean. Precisamente por la autoridad y el control que el idioma otorga Dios descendió y confundió las lenguas de los pueblos reunidos para construir Babel. Sin la posibilidad de comunicarse los unos con los otros el fundamento mismo del proyecto de aquella generación quedó anulado.
Conocemos, también, los devastadores efectos que sobre los niños han tenido los pronunciamientos de los padres durante sus años formativos. Muchas veces estas palabras, que comunicaban desprecio y condenación, continúan atormentando a sus víctimas mucho tiempo después de la desaparición de quienes las declararon.
Cuánto más peso contienen, entonces, las palabras de aquellos que han recibido autoridad para moverse en los ámbitos espirituales de la vida. Aquellos que andan en luz pueden pronunciar palabras que tienen verdaderamente un sano impacto sobre la vida de los que las escuchan, como claramente señala la referencia al saludo de paz en el pasaje de hoy. Resulta evidente que la llegada de los discípulos a un hogar era mucho más que una simple visita social. Debemos saber que nuestras palabras tienen un peso espiritual y que de «toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt 12.36-37).
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