Uno como nosotros
La maraña de mentiras que confunden nuestra perspectiva llevaron al profeta Jeremías a declarar: «El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es?» (17.9 – NTV). No lograremos librarnos de esta condición sin la ayuda de otro. El autor de Hebreos anuncia que contamos con el socorro de un Sumo Sacerdote.
Para comprender mejor la función del sacerdote me he adelantado a la excelente descripción que nos ofrece el texto de hoy. Contiene varios puntos de sumo interés.
En primer lugar, el sacerdote es escogido de entre los hombres. Este elemento subraya la importancia, ya mencionada, de que sea una persona íntimamente familiarizada con aquellos a quienes pretende ayudar. El socorro que llega sin un pleno conocimiento de la condición de quienes están necesitados siempre fracasa, porque construye soluciones basadas en falsos diagnósticos. El hecho de que haya sido escogido para esa tarea no deja lugar a dudas: no arribó a la posición por sus propios méritos ni esfuerzo. Más bien, entre muchos pecadores, se le ha otorgado un maravilloso privilegio.
En segundo lugar, la función del sacerdote es representar al pueblo ante Dios. Me veo ante la necesidad de resaltar este punto porque para demasiados líderes el pueblo existe para engrandecer sus propios nombres. La verdadera función del sacerdote, sin embargo, es llevar las cargas y las culpas del pueblo ante Dios. Es un intermediario que busca una intervención favorable en medio de los sufrimientos de sus representados. El sacerdote obra con misericordia porque está sujeto a las mismas debilidades que las personas a quienes ministra.
Un tercer punto, y quizás el más importante en esta descripción, es que el sacerdote puede obrar con paciencia y misericordia hacia el pueblo, porque es consciente de estar limitado por las mismas debilidades que afectan a todos los seres humanos. Al observar la extrema dureza de los sacerdotes durante el ministerio de Jesús, vemos cuán lejos habían caído de esta actitud de compasión. El juicio implacable hacia otros es la primera manifestación de una actitud de superioridad frente a los demás.
Por todas estas razones el sacerdote era una figura reverenciada entre los israelitas, pues su tarea era vital para el pueblo. Ninguno, sin embargo, recibía tanto respeto como el Sumo Sacerdote. Sobre su persona recaía la sagrada tarea de entrar una vez al año, en representación del pueblo, al Lugar Santísimo. Allí, en presencia de Dios, ofrecía sacrificios para expiar su propio pecado y también el de Israel. Además de esto, a él le correspondía discernir la voluntad del Señor frente a decisiones cruciales para el pueblo. Muchas veces arribaba a su respuesta empleando el Urim y el Tumim (Números 27.21).
Descubrir, entonces, que tenemos en Jesús la figura de un extraordinario Sumo Sacerdote debe servir para llenar nuestros corazones de confianza y ánimo. El que nos socorre no es ningún otro que el mismo Hijo de Dios.
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