La presión de nuestra cultura nos oprime con sus obsesiones y sus racionalizaciones sexuales, y muchos en la iglesia de Cristo han cedido bajo su peso, tal y como lo demuestran las estadísticas. Para no ser parte de esas estadísticas hay que esforzarse disciplinadamente. ¿Somos hombres de verdad? ¿Somos hombres de Dios? ¡Quiera Dios que así sea!
Estas palabras se basan en mis cincuenta y ocho años de matrimonio. Cuando Pablo y yo nos casamos, él tenía sobrada confianza en sí mismo. Yo, al contrario, era muy tímida. Nuestro matrimonio al principio era como una mesa cuadrada. Hoy, la mesa es redonda porque hemos redondeado las cuatro esquinas ajustándonos el uno al otro. Nos costó muchos años llegar a comprendernos completamente, pero el esfuerzo ha valido la pena. Gracias a Dios nuestra vida ahora es como una continua luna de miel.
Aunque uno sabe que es una posibilidad, uno no lo quiere creer. Uno considera cualquier otra opción hasta que el teléfono suena y es la policía. Aun cuando uno encuentre las drogas, la respuesta del hijo es algo así como que alguno de sus amigos las debe haber dejado olvidadas.
A medida que se acerca el año 2000, los pregoneros de profecías sobre el fin de los tiempos explotan la curiosidad popular sobre el futuro. En este artículo hallará cómo evitar contagiarse de la "fiebre del milenio".
La lascivia es un pecado destructivo que domina y controla la mente y la vida hasta hacer de sus víctimas hombres débiles, lánguidos, enfermizos y abatidos. Al llegar a ese punto el hombre cristiano ha dejado de someterse al señorío de Jesucristo para someterse a un tirano, un déspota, un opresor.
Muchas personas han sido dañadas porque alguien las ha acusado de ser homosexuales sin que verdaderamente lo fueran. El juzgar por las apariencias puede hacernos juzgar mal y herir a otros. Eso nos hace preguntarnos: ¿Todos los afeminados son homosexuales?