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Liderazgo

¿Hay vida después del pastorado?

23 noviembre, 20101037 visitas

Planeta Ministerio llamando a Planeta Personal… Planeta Ministerio llamando a Planeta Personal… ¡No contesta nadie! Nadie responde en Planeta Personal… ¿Habrá quedado alguien en Planeta Personal o habrá quedado vacío? Así nos encontramos muchas veces en el pastorado, totalmente pastores, pero después, con poco y nada de vida personal. ¿Habrá vida después del pastorado?

Al salir de Egipto, el pueblo de Israel enfrentó dos grandes desafíos: el Mar Rojo y las aguas de Mara. El Mar Rojo simboliza dejar atrás el mundo y sus deseos, y las aguas de Mara nos facilitan la crisis de la necesidad de discernir por qué hacemos lo que hacemos en el liderazgo. Después de un tiempo de andar, todos debemos revisar periódicamente las aguas de Mara. ¿Por qué? Porque en esas circunstancias Dios trata con nosotros. Allí entra en crisis el llamado. El pastorado puede convertirse en un monstruo de muchas cabezas… si no despertamos nuestra conciencia de que el propósito de Dios no es producir mártires ni víctimas, sino siervos útiles.Es el lugar de encuentro con nuestros fracasos y desilusiones, que son muchos en el pastorado. Se ha dicho que en cualquier momento, 50% de los pastores se sienten dispuestos a renunciar. ¡Ciertamente es un trabajo de alto riesgo y pocos lo reconocen como tal!
¿Hay vida después del pastorado? Es la pregunta del millón. Es la pregunta de la crisis. Es la pregunta que nos lleva a despojarnos de muchas cosas, y de conquistar muchas otras nuevas. Si  el pastorado solo nos conduce al despojo, entonces estamos perdidos. Si logramos encontrar la renovación, lo desafiante, lo vigorizante, hemos salvado la lucha por nuestro ministerio.
La vida del pastor y la de su familia es tan particular, tan específica, tan poco comprendida, que no solo resulta difícil de comprender por los “otros” sino también por uno mismo. El pastorado puede convertirse en un monstruo de muchas cabezas… si no despertamos nuestra conciencia de que el propósito de Dios no es producir mártires ni víctimas, sino siervos útiles.
El pastor, el político y el actor luchan contra un problema en común: la vida pública. ¿Qué otro hijo vuelve a su casa con críticas del sermón en su oído sino el hijo del pastor? ¿Quién otra sino la esposa del pastor se enfrenta con sus desilusiones personales como también ministeriales? ¿Qué familia se encuentra en la vidriera social, espiritual, económica y laboral sino la del pastor?
Existen algunas realidades que solo el que vive en el pastorado consigue entender:
  1. El ministerio puede arrastrar a la soledad. La soledad que resulta de atender a cientosy, sin embargo, uno mismo no es atendido. Existen muy pocos lugares a los que un pastor puede acudir para recibir acompañamiento en su propia necesidad y prueba.
  2. El liderazgo puede crear barreras. Debe haber un escalón entre el líder y su gente: no por una posición de imposición, sino porque no se debe dar lugar a la confusión de los roles. El ministerio implica otra dimensión y otra responsabilidad.
  3. La vida del pastor y los miembros de su familia se vuelven de incumbencia pública: cómo visten, cómo gastan el dinero, cómo crían a sus hijos. Aun la relación matrimonial del pastor pasa la dura prueba, domingo tras domingo, de que la gente pase revista.
  4. El pueblo al que se ministra puede mostrarse con falta de misericordia o con aparente indiferencia. Si estamos para guiar, no podemos esperar que nos comprendan o que actúen con la madurez de acercarse y expresar consolación o misericordia. (Dios quiera que un ejército de fortalecedores pastorales surjan, pero entre tanto, el pastor debe continuar fiel en su llamado.) Las necesidades pastorales no siempre son suplidas por el grupo —al contrario, suelen incrementarse.
  5. Conseguir comunicar las cargas puede convertirse en un problema: las pastores enfrentan a diario la tentación de dialogar en sus casas con exceso sobre los problemas y temas de la iglesia; a tal punto de correr el riesgo que exponen la conversación a las pequeñas orejitas de los hijos. La disciplina del silencio apropiado puede resultar una carga. Los problemas urgen y ¡cómo cuesta encontrar el espacio correcto para exponer las ideas!
  6. El líder puede desilusionarse de sí mismo y de su propio liderazgo. En el pastorado pareciera que las burbujas de jabón explotan y que uno es capaz solo de encontrar el vacío de las tristezas, las miserias y las luchas. Si se pierde la perspectiva de la vida, uno es capaz de quedar atrapado en un embudo sinfín de fracasos y recriminaciones.
Seis consejos para encontrar vida después del pastorado:
  1. Aprenda a no tomar los problemas de manera personal. Aquí está el meollo de lo difícil —separar el liderazgo de la libertad de la gente de hacer de sus vidas lo que quiere. El líder anhela, desea, abre brecha —pero no puede cargar con las vidas de las personas. El líder elimina obstáculos, allana el camino, así como los levitas se mojaron los pies para dar paso al pueblo en el Jordán. Pero solo se mojaban los pies, no se ahogaban.
  2. No perpetúe en su casa los roles del pastorado, al contrario, discierna los del hogar de acuerdo a los roles que Dios ha diseñado para ese espacio tan íntimo: el pastor es padre y cónyuge, la esposa es madre y cónyuge, y los hijos… sencillamente son hijos, sin presiones extras, sin imposiciones religiosas… Disfrute con plenitud su vida familiar con humor, abrazos y excelente comunicación, doblando la formación del valor propio en los hijos y protegiendo la intimidad con uñas y dientes (figuradamente, por supuesto).
  3. Establezca un límite claro a la conversación sobre temas de la iglesia; debe cuidar que la iglesia no se convierta en un monstruo que invade toda la conversación familiar. Para lograrse se requiere trabajar cuidadosamente en construir proyectos personales (cada miembro de la familia) y proyectos como familia (salidas, deportes, recreación, juegos). Fuera de los horarios de trabajo, la casa es la casa. La iglesia quedó en su espacio de iglesia. Dios se encargará de las horas extras. No imponga a su esposa ni a sus hijos parámetros de conducta que llegue a  agobiarlos. Mi hijo es hijo de pastor, pero antes que eso, es mi hijo y no una pieza de museo. Mi esposa es mi esposa más que un figurín de revista. Cuando las cargas no son impuestas, cada miembro las asume con responsabilidad y naturalidad. La esposa tiene su lugar para expresar sus emociones, sus tristezas, y necesita saber que el corazón del marido está atento a su corazón, ya que ella es prioridad de su afecto y preocupación.
  4. No se deje engañar por las aparentes exigencias de la gente. La gente va a exigir y exigir en tanto se le deje espacio lugar para hacerlo. ¿Pasaremos nuestras vidas corriendo como líderes tras las imposiciones de las personas? Somos ejemplo, somos modelo, pero tampoco somos dioses de plástico. No enseñemos que no sufrimos, que no lloramos, que no llevamos cargas, adoptando la apariencia de que todo anda bien. Tampoco es llevar el corazón en la manga, donde cualquiera pueda atropellarlo. Guardemos por sobre todas las cosas la vida privada del hogar, y cuidemos que la intimidad del hogar sea resguardada. Somos personas públicas, sí, pero en lo público; en lo privado, seamos absolutamente privados.
  5. Aprenda a separar las emociones normales de la vida pastoral con el liderazgo mismo. Es tan fácil examinarnos cruelmente cuando estamos eventualmente desanimados. Es tan fácil criticar a nuestro cónyuge cuando estamos en un mal momento. No esperemos ser súper héroes: seamos prudentes, y demos lugar para nuestros propios desánimos sin desacreditar todo lo que se viene haciendo.
  6. Cultive en su matrimonio la riqueza de expresión de cariño, de disfrutar la vida íntima en plenitud, de generar espacios personales. Lo que más destruye a un pastor es que no cultive su vida interior, su dignidad, su espacio íntimo con Dios. Demasiadas esposas de pastores sufren en secreto, y ni siquiera cuentan con sus maridos para que las escuchen y sin contar con un espacio en los retiros y congresos para tratar justamente esta problemática —las necesidades emocionales y personales de la familia pastoral.

El pastor, el político y el actor luchan contra un problema en común: la vida pública.

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