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Héroes de la Fe

Teresa de Calcuta (1910–1997)

10 junio, 2013165 visitas

 ¿Lo sabía usted?

  • Desde pequeña se sintió fascinada por la vida y las historias de diversos misioneros.
  • A los dieciocho años se unió a una orden religiosa en Irlanda. Después de ingresar nunca volvió a ver a su madre ni a sus hermanas.
  • Cuando tomó sus votos escogió el nombre de Teresa, para honrar a dos de las grandes figuras de la Iglesia: Teresa de Lisieux y Teresa de Ávila.
  • La vida de sus primeros años de servicio entre los pobres de Calcuta le resultó muy dura. No contaba con un sustento económico y en muchas ocasiones no conseguía los recursos básicos para ayudar a los enfermos que atendía.
  • Al momento de su muerte, la orden que fundó contaba con 3914 miembros que trabajaban en 594 comunidades en 123 países del mundo.
  • Hablaba con perfecta fluidez cinco idiomas: Inglés, Albano, Croata, Hindi y Bengali.
  • El hombre que la entrevistó y la dio a conocer al mundo, Malcom Muggeridge, era agnóstico. Ante el testimonio de esta valiosa mujer se convirtió al catolicismo.
  • En 1989 padeció su segundo infarto, por lo que recibió un marcapasos. A pesar de su debilidad física, continuó trabajando entre los pobres hasta sus ochenta y siete años, el día que partió de la tierra.
  • En una entrevista que le concedió a Lady Di le explicó que la única forma de ayudar a los pobres era mediante la disposición de sufrir uno mismo.

 

 

Breve reseña de su vida

Por: Ruth A. Tucker

 

La Madre Teresa pertenece a todo el mundo, no solo a los católicos romanos, o a los cristianos. De hecho, es la primera figura religiosa de la historia que fue reverenciada en vida por devotos de todas las religiones y por cristianos de todas las denominaciones.

 

Cuando murió en 1997, se desencadenó una avalancha universal de apreciación y reverencia sincera por su larga vida de servicio.

 

Humildad, sencillez y sacrificio son los epítetos más adecuados para definir el carácter de la Madre Teresa y su obra, aunque muchos de los que la conocieron personalmente agregarían rápidamente tenacidad. Y esta tenacidad muchas veces iba acompañada de una conducta severa e intransigente. La impulsó su convicción inquebrantable de que Dios la había llamado a alcanzar a los más pobres, y esta convicción dejó muy poco espacio para considerar las trabas de los gobernantes, de las autoridades de la Iglesia e incluso de los militares.

 

En una famosa escena televisada en 1985, ella insistía en que un mandatario del gobierno de Etiopía les cediera a sus misioneros dos edificios para transformarlos en orfanatos. Mientras las cámaras grababan, el mandatario se negó en un principio, pero al final no tuvo otra alternativa que aceptar. El cantante pop Bob Geldof visitaba en ese entonces Etiopía con su campaña «Band Aid» (La banda de ayuda), y al presenciar aquel intercambio en el aeropuerto de Addis Ababa, subrayó: «La certeza que sentía en cuanto a su propósito le generaba poca paciencia. Pero era totalmente desinteresada; constantemente su objetivo era: ¿cómo puedo aprovechar esta situación para ayudar a los demás?»

 

La Madre Teresa de Calcuta, cuyo nombre original era Agnes Gonxha Bojaxhiu, nació en Albania en 1910. Su padre, un empresario, murió cuando ella tenía nueve años y dejó a su familia en una complicada situación financiera. Pero la fe que tenían los sostuvo. Junto con su madre, hermano y hermana, Agnes asistía a la iglesia todos los días y también cantaba en el coro. Su madre viuda, aunque prácticamente quedó en la indigencia, se ofreció como voluntaria en el vecindario, y se ocupaba de las mujeres alcohólicas, y luego adoptó a seis niños huérfanos. Fue un modelo de altruismo que no pasó desapercibido para la pequeña Agnes.

 

A los doce años, Agnes sintió que Dios la llamaba a servir, pero luchó contra la certeza de saber si ese llamado era real o no. Oraba y hablaba con su madre y con su hermana, pero no sentía verdadera paz. Finalmente habló con su padre confesor. «¿Cómo puedo estar segura?», le preguntó. Él le respondió: «A través de tu gozo. Si te sientes verdaderamente feliz ante la idea de que Dios te está llamando para que lo sirvas, entonces esa es la evidencia de que él te llama. La alegría en tu interior es el compás que indica tu dirección en la vida».

 

El gozo de servir a Dios permaneció en ella, y en 1929, a los diecinueve años,  se preparó para convertirse en maestra y monja en Calcuta. Desde el principio, se preocupó por los pobres, pero durante dos décadas, su ministerio asignado fue dentro del aula, primero en el convento irlandés de Loreto, donde enseñaba geografía a niñas. La Madre Teresa amaba a sus alumnas, y ellas la amaban también; pronto quisieron acompañarla los fines de semana para ocuparse de los enfermos y hambrientos de la calle.

 

El llamado de la Madre Teresa para dedicarse por entero a servir a los pobres surgió repentinamente. Claramente era un llamado de Dios, insistía ella, y no lástima por los pobres. Fue un llamado que no recibió una respuesta clara de que debía ser así: «Dejar el convento fue mi mayor sacrificio, lo más difícil que tuve que hacer en mi vida.» —Reflexionaría más tarde—. «Fue mucho más difícil que dejar a mi familia y mi país para dedicarme a la vida religiosa. El convento de Loreto era todo para mí».

 

Experimentó el llamado en 1946 mientras viajaba a un retiro en el Himalaya:

«Fue en ese tren que sentí el llamado a dejar todo y seguirlo a él en los barrios marginales, servirlo en los lugares más pobres.… Debía dejar el convento, trabajar con los pobres y vivir con ellos al mismo tiempo. Fue una orden. Sabía a dónde pertenecía, pero no sabía cómo llegar allí».

 

A los treinta y ocho años, la Madre Teresa dejó la estabilidad de la comunidad de Loreto y cambió sus hábitos color blanco y negro por un atuendo callejero, un sari blanco y azul. Con el permiso del Papa, un año más tarde, nació una nueva orden religiosa. Todos los miembros debían cumplir tres votos básicos: pobreza, castidad y obediencia, además de un voto adicional en el que prometían servir a los pobres, a quienes la Madre Teresa se refería como la personificación misma de Cristo. Estas monjas no vivían enclaustradas, ni hacían voto de silencio. Vivían con sencillez, compartían el trabajo por igual (la Madre Teresa ayudaba con los baños diarios de los enfermos hasta que llegó a estar muy débil como para cumplir esa tarea), y servían a los enfermos y a los indigentes proveyéndoles comida, remedios, y compañía; aquello que más necesitaban.

 

La Madre Teresa muchas veces fue cuestionada por los efectos a largo plazo de su ministerio humanitario. Por ejemplo, le cuestionaban por «darles pescados en vez de enseñarles a pescar». Ella ofrecía una respuesta rápida: «Mi gente ni siquiera puede mantenerse en pie. Son enfermos, inválidos, dementes. Una vez que yo les haya dado el pescado para alimentarse y puedan ponerse de pie, se los entrego a ustedes para que les den una caña para pescar peces».

 

Era rápida para señalar, sin embargo, que les daba más que «pescado». Era igual de importante entregarles aquello que venía del corazón: amor y alegría. Los pobres, insistía, se merecen más que solo servicio y dedicación: «Si nuestras acciones son solamente acciones útiles que no transmiten alegría, nuestros pobres nunca podrán elevarse hacia el llamado que queremos, el llamado de acercarse a Dios. Queremos que sientan que los amamos».

 

En 1952, cuatro años después de que dejara la comunidad de Loreto, inauguró Normal Hriday (Puro Corazón), un hogar para enfermos e indigentes de Calcuta. En las décadas siguientes, extendió su obra a los cinco continentes. Los primeros veinte años de ese ministerio pasaron prácticamente desapercibidos. Eso cambió dramáticamente en 1969 cuando Malcolm Muggeridge, de la BBC, la entrevistó. Inspirado por ella, desarrolló una película y escribió un libro (ambos se titulaban: Algo hermoso para Dios). Muy pronto ella se convirtió en una celebridad internacional. Obtuvo un reconocimiento especial de parte de la reina Isabel II y del Congreso de los Estados Unidos de América. La Universidad de Harvard le entregó un doctorado honorario. En 1979 le otorgaron el Premio Nobel de la Paz. Pero nunca se sintió cómoda con ser el centro de atención. «Para mí» —confesó—, «es más difícil que bañar a un leproso».

 

Bañar a un leproso fue su legado más perdurable. Claro que también será recordada por el reconocimiento internacional que recibió, las miles de monjas que la siguieron, y los cientos de hogares que estableció a lo largo y ancho del mundo. Pero la imagen impresa en la mente global será la de una pequeña mujer arrugada que alcanzó y tocó a aquellos confinados al basural humano.

 

Principios dignos de imitación

 

1.      La humildad, la sencillez y el sacrificio en el discípulo de Jesucristo resultan claves para que su corazón responda con compasión ante la miseria humana.

2.      La perseverancia en alcanzar el bien para los invisibles y los más pobres de la tierra resulta de la convicción de que Dios nos ha llamado a esa causa.

3.      El corazón compasivo de un hijo o de un discípulo se forma mientras la madre y el padre, o el mentor ejercitan la compasión.

4.      Existe una sencilla prueba para discernir si la compasión que siento por los desvalidos la ha producido Dios, primero: me lleva a servir aun en medio del sufrimiento, y segundo: me incita a perseverar con tenacidad, contra viento y marea, hasta alcanzar la meta de cubrir la necesidad que oprime.

5.      La compasión que Dios produce consiste no solo en cubrir una necesidad inmediata sino también en acercar a esa persona a Dios, y eso ocurrirá solo si la amamos.

 

Ruth A. Tucker es autora de trece libros, incluyendo: De Jersusalén a Irian Jaya: La historia biográfica de las misiones cristianas.

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