Huir

¿Nunca se sintió tentado a huir de Dios? Claro, usted no se subiría a un barco, ni tomaría un avión para alejarse de la presencia del Altísimo. Al igual que el salmista, usted y yo podemos exclamar: «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (Salmos 139.7). Todos sabemos que es imposible huir de su presencia, porque él está en todos lados.
Piense usted, sin embargo, en estas situaciones. Una persona no quiere ir a las reuniones de la congregación porque sabe que está en pecado, y teme ser confrontado. Otra persona evita pasar por un lugar donde sabe que se encuentra un hermano, porque tendrá que pedirle perdón por algo que ha hecho. Una tercera persona posterga ir a una encuentro de misiones porque sabe que habrá un llamado a un compromiso, y teme las consecuencias de asumirlo.
Aún más, otra persona resiste las invitaciones a ser parte de un proceso de discipulado, porque sabe que de hacerlo tendrá que comenzar a rendir cuentas por su vida. Lo que no es aceptable, es dejar que nuestra voluntad imponga sus deseos sobre el rumbo que hemos de tomar. En cada una de estos casos, las personas están evitando una situación porque no desean hacer algo que saben que el Señor requerirá de ellos. No podrán seguir caminando con él si no obedecen. En últimas instancias cada uno de ellas están «huyendo», a su manera, de la presencia de Dios.
El deseo de querer huir viene en esos momentos en el cual se desata una fuerte lucha entre nuestros deseos y la voluntad declarada del Señor. Ni siquiera el Hijo de Dios fue librado de esta batalla. En Getsemaní, abrió su corazón al Padre y le dijo, con absoluta franqueza: «¡si existe alguna otra manera de hacer esto, por favor muéstramelo!»
Necesitamos saber que este tipo de conflictos interiores son parte del precio que debemos pagar por seguirle a él. Es normal experimentarlos. Lo que no es aceptable, es dejar que nuestra voluntad imponga sus deseos sobre el rumbo que hemos de tomar. No es aceptable, en primer lugar, porque alimenta la esencia de rebeldía que cada uno de nosotros heredamos de Adán. Pero en segundo lugar, no es aceptable porque no es posible evadir la voluntad de Dios, al menos si nuestro compromiso con él es serio.
Podemos postergar por un tiempo poner por obra lo que Dios nos está llamando a hacer. No dude por un instante, sin embargo, que si el Señor ha puesto su mano sobre nuestras vidas él nos irá a buscar no importa donde nos «escondamos». Jonás es el ejemplo perfecto de esta verdad.
Para pensar:
¿Cuántos dolores de cabeza le producen a usted esas situaciones donde se demora en hacer lo que Dios está pidiendo? ¿Cómo puede acortar el tiempo que pasa entre recibir instrucciones del Padre y hacer lo que él manda? ¿Cuáles son las áreas de su vida donde más lucha con hacer lo que Dios le manda?
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